El cristo del humor murió hace mucho, en un circo, mientras era abucheado por el público. Para entonces el público prefería espectáculos sangrientos y caía frecuentemente en la inmoralidad para satisfacer sus perversos instintos. El primer tomatazo dejó al payaso convertido en una cosa roja. El público lanzó más. El dueño del circo estaba confabulado y cerró la salida del escenario. Al frente el público y atrás la muralla. Parecía un fusilamiento. Se puso en un rincón tratando de taparse con las ropas, pero pronto el griterío y los tomates fueron tantos que ya no hubo forma de respirar. Murió bajo la pulpa, intoxicado y ahogado. La autoridad estimó en 3.5 toneladas el peso que le dio muerte.
En adelante sus enseñanzas fueron esparcidas por el país y luego a toda la tierra. La ciudad que le vio morir, en una época posterior, redescubrió el sistema de matar a tomatazos y lo aplicó para cautelar los intereses de la nueva religión oficial, la que predicaba que Dios se hizo payaso para salvar al hombre de la condenación eterna en el mar de la tristeza, donde llorarán siempre los pecadores y donde las lágrimas no sanarán ninguna clase de heridas.
Los críticos de la época, sin embargo, son coincidentes respecto del payaso: su sentido del humor era mediocre. Pero a los críticos del payaso los silenciaron desde el principio.
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