Pierda el tiempo fácilmente leyendo esta basura. Quítele dinero a su empresa. Deje sin comer a la guagua. Deje que se le queme el arró. Todo por la tonterita de estar naegando en la wé
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lunes, 23 de febrero de 2009

Disparos en el bosque

Primero fue lo del cordel. Tenía que ser firme y, maldita sea, en este pueblo todo se pudre de manera terrible, no hay manera de conservar nada, ni con sal como hacen los pueblos del desierto ni con agua de serpiente, como hacen los pueblos de la selva. Aquí, lo mejor que se puede hacer es encerrar, en vez de amarrar, y ni eso es seguro, porque en poco tiempo las jaulas se pudren o se las comen las termitas, una plaga feroz en estas regiones.

Había que matarlo mas tarde y no íbamos a estar con discusiones menores. Finalmente decidimos enterrarlo. Con solo la cabeza afuera. Así podíamos vigilarlo sin gran problema, mientras llegaba Jones que tenía siempre municiones. Nosotros siempre estábamos escasos. Por alguna estúpida razón el patrón daba mas municiones a Jones que a nosotros. Por supuesto Jones era el que menos las necesitaba. Jones se la pasaba en prostíbulos, lugares de los que podía salir sin problemas utilizando sus puños. Aunque una vez Jones tuvo que recurrir a su revolver. Fue en el sur. Una pandilla de ladrones acampaba cerca del pueblo. Tenían dinero y el jefe al que seguían les dio permiso para gastarlo. Entraron en masa al pueblo copando de inmediato todos los tugurios. Jones estaba medio emparejado con una mujer de pelo negro. Era envidiado por la mitad del pueblo. La otra mitad ya se había encamado con la chica. Y Jones tuvo la mala idea de salir de paseo con ella. Justo cuando llegaba la pandilla. Jones sacó su arma y empezó a disparar como un loco, se escondió detrás de una piedra con la mujer, sin detener su revolver. Y luego, cuando empezó el tiroteo y todos disparaban contra todos, completamente confundidos, Jones escapó sin sufrir mayor contratiempo.

Ahora lo esperábamos y seguro que demoraría mucho. Seguro Jones estaba entretenido con alguna mujer. Quizá llegara con ella, era su mala costumbre de fanfarronear. Mientras tanto el tipo estaba a punto de ahogarse. Pedía agua y nosotros se la lanzábamos en la cabeza. La tierra húmeda lo comprimía aún más y gritaba como un cerdo.

Entonces Jones nos hizo creer que nos atacaban. Lanzó piedras a nuestras espaldas y nos pusimos alertas. Luego oímos su característico silbido y su risa. Una risa semejante a la de un payaso. “Payaso con hambre”, pensé y me causó gracia.

- Quien es este -nos dijo Jones.
- Es el hombre del que te hablamos. Sabe donde está Mike.
- No lo sabe.
- ¿Qué? ¿Por qué dices que no sabe?
- El hombre no sabe nada. Pero ya nos conoce. De todas formas lo mataremos.
- ¿Por qué dices que no sabe nada, Jones?
- Porque Mike no existe. Siempre fue una invención de los parceleros. Eso es lo que averigüé hoy en el pueblo.

El hombre enterrado, o más bien la cabeza de ese hombre, despertó. Empezó a gritar que no lo mataran. Jones fue muy piadoso: le dio el tiro justo en la frente. Y le disparó cuando estaba desprevenido mirando a la morena que salió del bosque, la nueva amiga de Jones. Yo creo que murió feliz con esa última visión.

lunes, 16 de febrero de 2009

El brebaje

Tal vez sea yo el que ponga una bomba en la fábrica del brebaje. Odio esa porquería que nos hacen beber con métodos hipnóticos. Sé que los poderosos no beben nada, advertidos de la malignidad de la bebida o informados acerca de la hipnosis. Nosotros, los de abajo, estamos obligados. Es cierto que nadie nos ha puesto una pistola en la cabeza, pero han puesto la propaganda y los conocimientos del mercandishing, que son armas superiores a la pistola. Somos millones de sometidos. A la fábrica le conviene que cada uno de nosotros le entregue su dinero a cambio de – paradojalmente – nada, porque la bebida es la nada, solo un símbolo. Hecha con desperdicios y mezclada con gases combustibles, se bebe lentamente y produce una sensación de saciedad momentánea que, imagino, también se podría lograr con agua; nos transforman en seres inflamables, blancos fáciles. La fábrica no quiere destruirnos, sin embargo. Nos quiere vivos, pero a tiro de cañón. Somos insectos haciendo circular el dinero entre los poderosos, en un juego tan absurdo como inútil.

Al menos nos dejan comer. A veces nos permiten cambiar dinero por algo distinto a cápsulas nutritivas. Ahí comemos pollo o cebollas, pero son escasas estas ocasiones. Muchos de nosotros solo conocemos la comida por revistas antiguas. Bueno es decir que esas revistas están prohibidas por la fábrica bajo el cargo de perversión y libertinaje, un escándalo.

Tenemos la esperanza, y el miedo, de que alguien algún día (noten lo vago de mi lenguaje), ponga una bomba a la fábrica. Puede tratarse de un sometido, pero también de un poderoso, incluso puede que algún rebelde se atreva. Para ello, debe aparecer ese individuo elegido que desee hacerlo. Esta condición, que en el fondo es una condición trivial, es muy difícil de cumplir. Hemos reemplazado a Dios por la botella y estamos programados para quererla. Queremos al brebaje; el suicidio sería masivo si nuestra dosis no estuviera asegurada para el día siguiente. No tenemos mas deseos.

Hay profetas que auguran una pronta crisis. Los profetas son tipos de extrañas costumbres, que han huido lejos de la ciudad, donde han fundado comunidades de apartados. A veces vuelven para hablarnos y se quedan por largos periodos, viviendo en la calle, de lo que consiguen mendigando o robando. "La fábrica se quedará sin energía", dicen. “La producción disminuirá en forma tan drástica que serán muchos los que mueran de abstinencia”. Decimos “¿Quien puede creer tontera semejante? ¿Quién puede dudar de la fábrica?” y en el fondo igual nos angustiamos de tan fea posibilidad. Queremos vivir como dicen las revistas antiguas, pero nuestras pesadillas son terribles, miles de botellas quebradas por los ascetas callejeros.

Porque - no puedo negarlo - somos felices. Y reímos como niños cuando tenemos una botella en las manos.