Pierda el tiempo fácilmente leyendo esta basura. Quítele dinero a su empresa. Deje sin comer a la guagua. Deje que se le queme el arró. Todo por la tonterita de estar naegando en la wé
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lunes, 21 de julio de 2008

El Brebaje


Tal vez sea yo el que ponga una bomba en la fábrica del brebaje. Odio esa porquería que nos hacen beber con métodos hipnóticos. Sé que los poderosos no beben nada, advertidos de la malignidad de la bebida o informados acerca de la hipnosis. Nosotros, los de abajo, estamos obligados. Es cierto que nadie nos ha puesto una pistola en la cabeza, pero han puesto la propaganda y los conocimientos del mercandishing, que son armas superiores a la pistola. Somos millones de sometidos. A la fábrica le conviene que cada uno de nosotros le entregue su dinero a cambio de – paradojalmente – nada, porque la bebida es la nada, solo un símbolo. Hecha con desperdicios y mezclada con gases combustibles, se bebe lentamente y produce una sensación de saciedad momentánea que, imagino, también se podría lograr con agua; nos transforman en seres inflamables, blancos fáciles. La fábrica no quiere destruirnos, sin embargo. Nos quiere vivos, pero a tiro de cañón. Somos insectos haciendo circular el dinero entre los poderosos, en un juego tan absurdo como inútil.

Al menos nos dejan comer. A veces nos permiten cambiar dinero por algo distinto a cápsulas nutritivas. Ahí comemos pollo o cebollas, pero son escasas estas ocasiones. Muchos de nosotros solo conocemos la comida por revistas antiguas. Bueno es decir que esas revistas están prohibidas por la fábrica bajo el cargo de perversión y libertinaje, un escándalo.

Tenemos la esperanza, y el miedo, de que alguien algún día (noten lo vago de mi lenguaje), ponga una bomba a la fábrica. Puede tratarse de un sometido, pero también de un poderoso, incluso puede que algún rebelde se atreva. Para ello, debe aparecer ese individuo que desee hacerlo. Esta condición, que en el fondo es una condición trivial, es muy difícil de cumplir. Hemos reemplazado a Dios por la botella y estamos programados para quererla. Queremos al brebaje; el suicidio sería masivo si nuestra dosis no estuviera asegurada para el día siguiente. No tenemos mas deseos.

Hay profetas que auguran una pronta crisis. Los profetas son tipos de extrañas costumbres, que han huido lejos de la ciudad, donde han fundado comunidades de apartados. A veces vuelven para hablarnos y se quedan por largos periodos, viviendo en la calle, de lo que consiguen mendigando o robando. "La fábrica se quedará sin energía", dicen. “La producción disminuirá en forma tan drástica que serán muchos los que mueran de abstinencia”. Decimos “¿Quien puede creer tontera semejante? ¿Quién puede dudar de la fábrica?” y en el fondo igual nos angustiamos de tan fea posibilidad. Queremos vivir como dicen las revistas antiguas, pero nuestras pesadillas son terribles, miles de botellas quebradas por los ascetas callejeros.

Porque - no puedo negarlo - somos felices. Y reímos como niños cuando tenemos una botella en las manos.

2 comentarios:

tallarin cervecero dijo...

Chucha estas pensando igual que los del colectivo Negacion de la negacion !bievenido ! ja,ja

Ricardo Chamorro dijo...

siempre quise negar la negación, ¡al fin lo estoy logrando!