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lunes, 18 de agosto de 2008

Las bombas atómicas

Lo de la sirena es cuestión de todos los viernes. Nos dieron unos trajes protectores de muy buena calidad. Son resistentes a las altas temperaturas y ni hablar de la radiación. Cuando suena la sirena sabemos lo que viene: un bombardeo violento y corto. Ya estamos acostumbrados y no nos hacemos ni un drama: simplemente nos ponemos el traje. En realidad, los viernes salimos con él en la mañana, a medio poner, cosa de cerrar el cierre y listo. Continuamos yendo al banco, los niños a clases y las nanas a pasear perros.

Las bombas vienen del norte. Estuvimos en guerra con el norte hace muchos años. Hasta se me olvidó cuando. Yo era re-joven en ese tiempo. Los países del norte vieron en la muerte y posterior descuartizamiento de uno de sus secretarios de estado la justificación para la primera explosión en el continente. Fue en Montevideo, una ciudad que de un día para otro dejó de figurar en el mapa. Nos quedamos realmente asustados. Las bombas atómicas no han parado desde entonces. Usando el llanto como método de presión, el consejo de naciones sudamericanas, hace veinte años de eso, consiguió llevar a los países del norte a la mesa de negociaciones. La asamblea se realizó aquí en Santiago de Chile (era una democracia más estable), con la masiva asistencia de todos los líderes del continente, excepto el mandatario norteamericano, que, de momento, tenía copada la agenda en su gira por Asia. En su reemplazo envió al secretario del tesoro, un tipo flaco y alto que sonreía apretando los labios, como si fuera un vendedor de intangibles. Dicen que no sabía nada de política exterior y que en todo momento hablaba de unos préstamos y unos intereses. El resultado fue el traslado de los bombardeos para el viernes, “Protocolo de Santiago” le llamaron; una forma de mantener un poco de nuestra vida normal.

Los trajes los tuvimos desde un principio. Ya antes de la guerra circulaban algunos de contrabando, como si alguien les hubiera contado del posterior desarrollo de los acontecimientos. En esa época nos pareció muy rara la llegada de lentes, máscaras y guantes que daban al usuario un ligero toque extraterreno. Se ofrecían en el “llame ya”. Después de lo de Montevideo supimos para que nos servirían ese y posteriores modelos más avanzados. Eran tecnología fabricada, paradójicamente, por empresas del norte. Nos volvimos asiduos consumidores de tales elementos de seguridad. Llegaban por montones, se transaban en el mercado negro, y aquello nos obligó a trabajar duro. La idea era recuperar nuestra economía con rapidez para comprar los productos que necesitábamos. La mayor parte de la gente trabaja ahora en las minas de Uranio. No tenemos muy claro para qué quieren ese extraño metal los del norte. Nos lo compran a buen precio, sin embargo.

Podríamos decir que hemos alcanzado una situación de estabilidad en nuestras relaciones con ellos. Nos respetamos mutuamente y los consideramos nuestros amigos. No olvidar que una de las cláusulas del protocolo de Santiago prohibía los bombardeos, permitiendo solo “pruebas de funcionamiento en la zona al sur de USA”.

Suena la sirena, debo irme... sin apagar esto (computador). La misma tontera de todos los viernes.

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